viernes, 28 de agosto de 2009

viernes, 14 de agosto de 2009

Estoy parada en alguna calle de Once. Hace frío y el abrigo no me alcanza. Por supuesto que el colectivo se hace rogar y busco algún entretenimiento facil para distraerme y enga ar al malhumor. Observo con absoluto detenimiento cada póster de este basural de museo. Un encendedor usado, bolsas abiertas, paredes saqueadas. Veo a un tipo acostado en la entrada de una ferretería, fumándose el último pucho antes de irse a dormir y tapándose con un mantel. Por un momento lo confundo con el paisaje común. Me deshumanizo. Las lombrices nos consumen y la cámara hace un primer plano, mientras yo pago una cuota de alguna facultad. Por segunda vez. Después de cuarenta minutos llega el bondi. Me subo, y una maleducada me empuja para sacar boleto primero y acaparar el único asiento que queda libre. No me importa. Igual, ¿qué será: una hora parada con la mochila de las escasas cinco horas de sue o? Alguien se baja y me siento, todavía mortificada por la indiferencia y el olvido express. Un pelotudo me encaja la mochila en la cara, me mira con la expresión de nomeimportauncarajo. No va a pedir perdón. "Sí, si, todo bien", le digo. No me escucha, o no le importa. Me acuerdo del mediodía de ese mismo día. Viajando en el 93, volviendo de la Casa Rosada para buscar unas entradas para mi vieja. Miro por la ventana, y sobre Alem veo a un tipo con los pantalones bajos, tocándose y después con intenciones de cagar. El semáforo no cambia de color.
Todos los pasajeros lo miran. Él saluda, todavía con los pantalones bajos.

jueves, 6 de agosto de 2009

Y si te molesta, mirá para otro lado

Cuando quiero llorar no me importa que te incomode.
En lo único que pienso es en sacármelo de encima.
Me pesa y me duele y no soporto que me siga pegando. Que se vaya.
No me importa que la señora con el rodete me mire en el colectivo con cara de preocupada mientras improviso con mis manos una carilina.
Tampoco que el delivery boy que anda en rollers por la avenida, me acaricie con la mirada para secarme las lágrimas.
No me importa nadie. Solo tengo bronca y desgracia. Y no la voy a postergar. Lo lamento, pero me pica. Y si no lloro me voy a la esquina y grito. Y tampoco me importa que me mire el diariero buscando alguna carcajada cómplice.
Pero hay un lugar que me reprime. No puedo llorar en el trabajo, ni tampoco puedo ir a esconderme al baño aguntándome las congojas por los pasillos, esperando que nadie me mira nervioso. Es que si me largo, se arma. Parece que tuviera ronchas de alergia.
Y por el contrario, la ducha me termina por curar. Lava.
Llorar por bronca, por desilusión, por no poder recuperar algo o alguien. Por no poder cambiar las cosas. Por un cambio. Por equivocarse. Por pensar, por no hacer. Porque se termina. Sobre todo por impotencia, y porque no quiero más esto.