jueves, 6 de agosto de 2009

Y si te molesta, mirá para otro lado

Cuando quiero llorar no me importa que te incomode.
En lo único que pienso es en sacármelo de encima.
Me pesa y me duele y no soporto que me siga pegando. Que se vaya.
No me importa que la señora con el rodete me mire en el colectivo con cara de preocupada mientras improviso con mis manos una carilina.
Tampoco que el delivery boy que anda en rollers por la avenida, me acaricie con la mirada para secarme las lágrimas.
No me importa nadie. Solo tengo bronca y desgracia. Y no la voy a postergar. Lo lamento, pero me pica. Y si no lloro me voy a la esquina y grito. Y tampoco me importa que me mire el diariero buscando alguna carcajada cómplice.
Pero hay un lugar que me reprime. No puedo llorar en el trabajo, ni tampoco puedo ir a esconderme al baño aguntándome las congojas por los pasillos, esperando que nadie me mira nervioso. Es que si me largo, se arma. Parece que tuviera ronchas de alergia.
Y por el contrario, la ducha me termina por curar. Lava.
Llorar por bronca, por desilusión, por no poder recuperar algo o alguien. Por no poder cambiar las cosas. Por un cambio. Por equivocarse. Por pensar, por no hacer. Porque se termina. Sobre todo por impotencia, y porque no quiero más esto.

2 comentarios:

  1. El día que escribiste esto a mí también me pasó de tener que contener el nudo en la garganta y poder largarme recién en casa..
    quise comentarte ese día pero blogger se me había revelado.
    Muy bueno cómo describiste la sensación de tener que llorar sí o sí.
    beso
    Pato

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  2. gracias pato. qué relajente es llorar a moco tendido, ojalá lo hayas disfrutado cuando por fin llegaste!

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