Esa brisa de mar se parecía a cualquier otro enero. El empedrado nos llevó hasta un bar medio castigado, pero amigable y rojo. Entramos y algunos borrachos nos invitaron unos tragos, pero nos seducía más la idea de hablar entre nosotras tres, que llevábamos tiempo sin vernos.
Nos sentamos por ahí, mientras las calles empezaban a llenarse de hormigas. Eso es Mar del Plata, un hormiguero bronceado...
Adentro, los ''chupitos'' estaban en liquidación y no nos quedó otra opción que hacernos cargo. El humo ya empezaba a perturbarme. Después vinieron unas cervezas rojas de arriba. Por el vidrio de la botella vi tu cara mientras me decías ''te invito una''. El humo ya era aire común y no mariconeaba tanto.
Como un espejismo, me encontré entrando a tu casa. No conocía las calles del barrio, y estaba tan encantada de volver a verte, que cuando compré los cigarrillos, me dieron mal el vuelto, y no me di cuenta hasta el momento que quise volverme.
El cielo se me caía encima, con esa llovizna fina que es como calefacción cayendo en gotas en cómodas cuotas. La Avenida Corrientes me daba la bienvenida y yo le decía que no era para tanto (pobre de mí). Yo que pensaba que era pura publicidad.
¿464? Sí, 464. Tu amigo me abrió la puerta y unas escaleras, con escalones rotos me llevaron a tu cueva. Vos me esperabas en la oscuridad y con pegote de sahumerio que invadía toda la habitación. Me empalagaba ese olor, nunca bien definido por el módico precio de $2 la docena. No sabía que cara poner, siempre pienso en la cara y no en las palabras. Habían pasado meses. Descontracturé la cara, como si fuera a vocalizar o como si fuera una actriz por salir a escena, o algo así. Y cuando por fin toqué la puerta y entré, te vi. Me mostraste los dientes blancos y te arrodillaste en el colchón del piso; abriste los brazos enfundados de un sweater suave.
Te abracé sin reparar en como los meses habían pasado tan rápido. Ya estábamos pisando julio y no nos habíamos visto desde el hormiguero. Ya eras libre y me pedías que te acompañara. De alguna forma acepté y me zambullí de cabeza, pero de a poco. Desde ese momento supe que no iba a ser tan facil zafarme, pero era divertido.
Después me dijiste que estaba entre tus chicas preferidas y salimos a caminar. Cerramos la puerta y directo al subte. El aire caliente que salía por la rejilla me daba un poco más de ventaja hasta la bajadita...Niños en vacaciones de invierno, y en el tren submarino. Viajamos parados y hablando de letras de tangos. Cuando volvíamos te agarré la mano. Me daba la sensación que no sabías como llevar el tema de las manos adelante. Así fue más fácil, o por lo menos te tenía más cerca…
El frío de Buenos Aires no me molestaba y eso no era buena señal…Cuando salimos a la superficie, los niños ya no estaban de vacaciones. Me invitaste a comer, el menú era sándwich de tortilla y vos parecías ponerme a prueba.
2005
viernes, 17 de abril de 2009
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Ale! Quien fue el priviliegiado que vivió esta historia contigo? Te felicito, muy bueno y variado tu blog.
ResponderEliminarDejá de tirar piropos vos, Helmut! No perdés chance!
ResponderEliminarRe linda la historia, Sidney. :)